El velo pintado

LA SOLEDAD QUE SE HACE
“El tiempo que tengo ahora frente a mí (esta ha sido la milagrosa transformación) es material que yo moldeo, no vértigo que me aplasta y lleva a mí”.
Carmen Martín Gaite, Cuaderno de todo (2003)
Después de algunas conversaciones con Paula Noya, la exposición El velo pintado se construyó como un itinerario intuitivo que versaría sobre el asunto que le ha preocupado desde sus inicios: la búsqueda de un espacio mental propio para las mujeres, más allá de los condicionamientos que la sociedad les impone.
Usando como punto de partida el simbolismo de la cortina, presente ya en sus primeros dibujos de juventud por su capacidad paradójica para esconder y resaltar la realidad, El velo pintado habla de las contradictorias capas afectivas con las que se moldea la identidad femenina. La cortina ejemplifica el dilema de esconderse o mostrarse, de ser presencia o ausencia, olvido o manifestación.
Decía Marguerite Duras que “La soledad no se encuentra, se hace” y esta frase bien podría definir el tono de la práctica de Paula Noya, concebida desde la convicción de que para crear con sinceridad hay que abrazar el silencio. “Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé”- continúa Marguerite Duras.
Desde el recogimiento la artista teje minuciosamente sus obras. Desde la calma aborda el miedo, el desamor, la ansiedad, la nostalgia, emociones comunes a generaciones de mujeres que destellan un solo corazón.
En 13ESPACIOarte las obras se distribuyeron en dos ambientes, que representan dos esferas vitales: la pública y la privada. En la planta baja se situó el estadio social, referido a la vida pública, y en particular al modo en que desarrollan las mujeres la dedicación artística. En la planta superior: el espacio íntimo de la casa: un territorio tejido con hilos biográficos, sociales y educacionales.
Solidaridad y sororidad (El primer estadio)
En esta primera zona, dedicada al ámbito social, ocupa una posición central la instalación El velo pintado (2018), formada por un marco barroco vacío y una cortina que esconde y amplifica a partes iguales. Una tela, que cambia de color como nuestras emociones, y que dialoga con la instalación pictórica: Galería de Sororidad (2018-2019) donde un conjunto de retratos al óleo homenajea a las pintoras olvidadas por la Historia. El procedimiento seguido por la artista consiste en retratar al óleo a algunas de sus amigas del mundo del arte versionando el autorretrato de una pintora histórica elegido previamente por la retratada, imitando el cromatismo y la pincelada de cada estilo, lo que dota al conjunto de un estimable valor pues no solo nos descubre a pintoras antiguas, también conecta a las contemporáneas con las seleccionadas y permite conocer cómo se entendía el autorretrato en cada momento histórico. Pasado, presente y futuro se hermanan. La memoria de las mujeres seguirá viva mientras la cadena no se detenga y transmitamos este legado.
El día de la inauguración en 13ESPACIOarte en Sevilla la instalación se presentó con la inmensa cortina gris. Sin embargo, semanas después, Paula Noya llevó a cabo el segundo acto performático de la instalación procediendo a colocar la cortina roja, ayudada por una larga escalera. Súbitamente… “la tela se tiñó de color sangre”.
Si hablamos de la profesión artística en las mujeres, una de las series que profundiza en ese momento experimentado por toda aspirante a artista que en sus comienzos busca incansablemente referentes femeninos es En el entorno del arte. (2000). Se trata de un conjunto de autorretratos fotográficos realizados mientras Paula Noya visitaba las exposiciones de los grandes eventos del arte (Bienal de Venecia, ARCO, Documenta, etc) a comienzos del siglo XXI. En estas imágenes, la artista toma una fotografía de la obra expuesta incorporando su propio reflejo y dejando constancia del efecto del flash. El resultado no solo constata la desproporción de representación que existía entre mujeres y hombres en las muestras de aquellos años, también transmite en el leve reflejo del cuerpo de la artista sobre esas piezas icónicas, una melancólica emoción de exclusión del ecosistema artístico, compartida por muchas mujeres artistas a lo largo de sus carreras.
La afectividad amorosa de las mujeres también se trata en esta área de la muestra. Vivir el amor romántico se convierte desde la niñez en un asunto social, de ahí que la búsqueda de pareja, hijos y familia consuma tristemente gran parte de las energías femeninas. En la instalación Latidos (2014), dos camisas blancas: una femenina y otra masculina, esconden respectivamente un corazón eléctrico que se enciende y apaga descompasadamente sin apenas coincidir. Encuentros y desencuentros. El amor como un milagro de sincronías que no siempre aporta goce o felicidad.
El paso del tiempo y la imposibilidad de aprovecharlo para nosotras mismas es otra de las temáticas de este ámbito de la exposición. El tiempo fluye veloz y no deberíamos demorarnos en hacerlo nuestro. De ahí que la artista elija esta frase de Carmen Martin Gaite para acompañar la exposición: “El tiempo que tengo ahora frente a mí (esta ha sido la milagrosa transformación) es material que yo moldeo, no vértigo que me aplasta y lleva a mí”. En la videoinstalación Rodar y rodar (2010) entre el misterio y el onirismo, trabaja con el simbolismo del caballito de juguete que da vueltas inconscientes una y otra vez sin percatarse de que un momento determinado se detendrá su órbita.
De la misma manera, se han situado algunos retratos a lápiz de la serie Cegueras (2014) en los que la artista retrata con la técnica realista y minuciosa del dibujo a lápiz a distintas personas de su entorno con los ojos vendados, invitándonos a sumergirnos en la vida interior, por un lado, y también denunciando la ceguera y el adormecimiento colectivo en la que vivimos.
Como broche de esta primera parte del proyecto, quizá Los nazarenos (2015) sea una de las series más misteriosas de la muestra, pero en su ambigüedad logra ejemplificar esa conversación sobre el disfraz social y la cultura de las apariencias. Retrata a los tamboristas de Moratalla (Murcia), que se visten con túnicas y capirotes, como si de nazarenos se tratara, pero cuyos colores y estampados contradicen la sacralidad y austeridad propia de estos ropajes. Realizados con telas humildes (sábanas, colchas, cortinas…) logran un festival de extrañeza, rebeldía e individualidad, que añade un broche perfecto a esta reflexión sobre las complejidades de ser y parecer en la vida social.
El segundo estadio: (Silencio y serenidad)
Entramos ahora al paraíso prohibido de la privacidad de las mujeres, la que transcurre en su hogar, en ese territorio doble… que es cárcel y refugio. En esta zona se han instalado un conjunto de obras que requieren silencio para su visionado, de ahí que se ofrezca al visitante una mesa de trabajo para leer algunas de las publicaciones de la autora o sentarse a dejar unas palabras en el libro de visitas.
En la instalación Desarraigo (2018) en una pared forrada con un elegante papel pintado, aparentemente inocente, la mirada atenta descubre hileras de inquietantes cucarachas, símbolos de la violencia psicológica que puede generarse en el contexto doméstico.
Por su parte, la serie Santa Teresa y las metamorfosis (2014) ilustra las ensoñaciones de la escritora Teresa de Ávila, aludiendo a la necesidad de equilibrio entre la vida práctica, que le requería gobernar la orden religiosa, y la entrega a las visiones.
Al igual que ocurría en el primer estadio, está presente el tema de los ciclos temporales más allá de la cronología y la linealidad. En Fracasos (2016) dibuja pacientemente a lápiz, con técnica realista, papeles arrugados que nos invitan a asumir y hasta a enmarcar nuestros planes de vida truncados. Estos “fracasos” en formato redondo dialogan a la perfección con los ovillos de El hilo de Cloto (2016); una serie, en dibujo y escultura de hierro, que indaga en el destino y en nuestra capacidad para modificarlo. Dos vídeos completan la instalación: Las Parcas (2010) en el que un ovillo de lana recorre una casa- laberinto, y Penélope (2008-2010) dónde se descubre las mujeres descubrimos en la figura mitológica de Penélope un triste espejo de renuncia y espera.
En definitiva, el clasicismo de las piezas de Paula Noya, con una factura preciosista y distanciada capta sin sobresaltos al visitante para poco a poco asomarle a debates más complejos… en muchos casos dolorosos.
Por otra parte, Paula Noya dibuja un universo poético en el que anhelos y miedos quieren transformarse en esperanza, apoyándose en la práctica del autoconocimiento y en la energía de la hermandad entre mujeres.
Susana Blas. Comisaria
- PAULA NOYA segunda en el VI Premio de Artes Plásticas La Rural
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